Se dice que podemos disfrutar de este brandy gracias al
milagro de Luis Felipe. En 1983 en un rincón de una bodega de La Palma del
Condado aparecen unas barricas de roble anciano y muy noble en cuyo interior se
halló brandy envejecido con una notable densidad de color y aromas además de su
suave abocamiento favorecido por el transcurso del tiempo.
El enólogo que lo descubrió dijo que jamás había probado
algo parecido, ya que sus excepcionales cualidades lo distinguían de todo lo
conocido entonces, ya fuera elaborado en Francia o Jerez.
Su nombre se debe a que aquellas barricas estaban
marcadas con el nombre de Luis Felipe, por estar reservadas para Don Antonio de
Orléans, Duque de Montpensier e hijo del Rey de Francia Luis Felipe I, que
residió en Sevilla.
Este Brandy de reconocido prestigio aunque se presente en
una botella borgoñesa, no tiene nada que envidiarle a los franceses de Cognac,
siendo su procedencia del Condado de Huelva, a las puertas de Doñana, tierra
viticultora.
Es muy apreciado por su sabor suave, abocado sin exceso
al paladar, el color es oscuro intenso y un aroma agradable que lo hace inigualable.
Su producción anual es muy limitada, 10.000 botellas
numeradas, debido a la crianza artesanal que le ha permitido conservar su
excelencia.
Envejece mediante el tradicional proceso de “soleras” y “criaderas”
en botas de roble americano dispuestas en “cachones” o “andanas”, unas sobre
otras.
De las botas más próximas al suelo, “soleras”, se extrae
el brandy más viejo en pequeñas cantidades, sin vaciarlas del todo. El
contenido sacado se repone con las “criaderas”, las del nivel superior, que
contienen brandy más joven.
Y así es como se hace uno de los mejores brandys del
mundo. Ahora a disfrutarlo junto una chimenea y buena compañía.